A veces la historia hace célebres a personajes que merecería la pena olvidar, pero cuyo recuerdo nos sirve para no volver a repetir un pasado nefasto que ha dejado una triste huella en nuestra sociedad y en nuestro territorio. Por eso muchas veces se escriben sus vidas y “hazañas”: para poder disponer de una página que pasar. El personaje del que les vamos ha hablar hizo su fortuna en el Valle, primero con los áridos y luego con la construcción, prosperando gracias a la actitud complaciente de las autoridades locales, hasta acabar siendo una potencia en la economía insular.
El mismo que compró eriales en la costa de Granadilla a precio de saldo en lo que luego se convirtió en polígono industrial, que espera revalorizarlos hasta el infinito cuando se construya un puerto totalmente innecesario, que participa en el accionariado de GASCAN para construir una regasificadora que justifique ese puerto, y que ha sido agraciado con la contrata de la obra del mismo puerto, se atreve a decir cuando por fin la justicia le paraliza la obra por ilegal, después de reunirse con el señor Paulino Rivero, que "la culpa de que el puerto de Granadilla esté en los tribunales la tienen los que han hecho las leyes (...) Le dijimos al presidente: señor presidente, las leyes no las han hecho los ciudadanos, las han hecho los políticos y los diputados que están en el Parlamento de Canarias han hecho ley tras ley y ahí tenemos las consecuencias". Este personaje debe pensar que está por encima de la ley, o que el único ciudadano de Canarias es él, o que tiene derecho a la misma complacencia por parte del parlamento, del gobierno de Canarias, de los tribunales y de la divina providencia. Y con razón debe pensarlo, porque se suman los hechos en los que la propia administración pública es la que facilita sus negocios.
No hace falta volver a salirnos de éste nuestro Valle. Pongamos ejemplos de aquí.
En la primera planificación del Tren del Sur se planeaba hacer las cocheras al lado de la autopista, frente a la montaña de El Socorro. Nuestro hombre, siempre bien informado antes que nadie, se hizo con todos los terrenos aledaños a esta zona con la idea de que, o bien se los tendrían que expropiar para hacer dichas cocheras a un precio muy superior al valor de compra, o bien al Polígono Industrial sólo le quedaría la opción de crecer hacia sus nuevas propiedades. Finalmente, el Cabildo de Tenerife decide trasladar las cocheras a Las Eras (Fasnia), y nuestro “amigo”, que ve cómo pierde un buen negocio, decide en nombre de su hija, solicitar el movimiento de tierras en una zona agrícola para hacer una plantación de fresas a principios de 2008.
Una vez efectuado este movimiento de tierras, en lugar de plantar fresas lo que hace es un depósito ilegal de maquinaria de sus obras que le sobra en tiempos de crisis. Mientras, el Ayuntamiento de Güímar hace la vista gorda y deja hacer a este constructor. En noviembre de ese mismo año, Alternativa Sí se puede por Tenerife solicita información sobre la legalidad de este depósito. Casi un año después la información sigue sin llegar.
Otro ejemplo de sus tristes hazañas está en la fisonomía que muestra hoy el Puertito de Güímar, con edificaciones ubicadas en dominio público, donde la administración hace la vista gorda, pero que hoy son viviendas de alquiler, que no se tiraron… ¿será que al ser ilegales no se pueden vender? En esta zona, de una vieja urbanización inicial en la playa del Cabezo, sin nombre vernáculo, se ha pasado a tener parcelas con el nombre del archipiélago entero, con los islotes e islas imaginarias incluidas entre las denominaciones de sus nuevas construcciones. El sujeto en cuestión puso hasta un nombre para su Seseña güimarera en un muro que hay en uno de los extremos. El asunto tiene tela que cortar, porque esta miniciudad está en la desembocadura de la mayor cuenca hidrográfica de Canarias, por la que en 1826 estuvo bajando agua durante varios días a lo largo de kilómetro y medio de costa…
Pero mientras allí se fabricaba, sucedían otras cosas un poquito más arriba. En ese tramo bajo de los barrancos de Güímar, el hombre se dedicó hace años a extraer áridos (que es el nombre fino que le dan al revuelto para la construcción). Los sedimentos que los aluviones de los barrancos depositaron a lo largo de miles de años los extrajo este señor en varias docenas de meses, vendiéndolos a muy buen precio, la verdad. Luego, en los enormes agujeros sembró plataneras (que en esos años recibían jugosas subvenciones públicas para alentar un cambio de variedad: de ‘Pequeña’ a ‘Gran enana’). Grandes fueron, en efecto, las ayudas recibidas —pensadas originalmente para ayudar a agricultores pequeños y medianos, y no a multimillonarios de la construcción que “diversifican” su actividad y colocan su dinero en sectores más difíciles de controlar por el fisco—. Las plataneras hay que regarlas, claro, así que ahí mismo se excavó un pozo. Pero como la orilla del mar queda cerca, y los sedimentos del barranco son porosos, no tarda en salir agua salobre por el tubo que bombea desde las profundidades. No contento con transformar las condiciones del paisaje terrestre, el hombre se dedica también a modificar las del subsuelo, provocando en el acuífero una intrusión marina (contaminación por agua salada) como un día de fiesta. Lo lógico era dejar de bombear, y que la lluvia y la infiltración de agua dulce fueran arreglando poco a poco el estropicio a un acuífero que es, por ley, de dominio público. Pues no señor: se instala una desaladora en la boca del pozo, y a seguir bombeando agua de mar, que son dos días. Que conste que las desaladoras al servicio de la agricultura también reciben subvenciones (pensadas también para otra cosa: mejorar el agua de galerías en zonas muy contaminadas, no para pozos costeros causantes de su propia contaminación). Ayudas públicas muy cuantiosas hubo también para recubrir los plátanos con invernaderos, aprovechando la ‘moda’ (y de paso limitar la polvasera que las demás extracciones de áridos de este señor, y otros como él, provocaban más arriba de la autopista).
Pero ahora que ya están cobradas las subvenciones… la verdad es que esto de la agricultura no rinde mucho; sobre todo acostumbrado a los ingentes beneficios que daba la construcción y la promoción mientras se hinchaba la burbuja inmobiliaria. Por falta de suerte que no sea: el 29 de noviembre de 2005 una tormenta tropical sacude duro al Archipiélago, cebándose de modo especial sobre el Valle de Güímar. Los invernaderos, al piso (menos mal que salieron gratis). A cobrar la ayuda compensatoria por la tormenta Delta que dio la Consejería de Agricultura (aparte del seguro privado). Todo sea por apoyar la agricultura, tan maltrecha. ¿Cómo? ¿Volver a cultivar? Olvídese. A ver si dentro de unos años el Ayuntamiento recalifica los terrenos, pegadito a lo que ya está fabricado más abajo. Total, las plantas y los garajes subterráneos ya están excavados.
Eso si antes no vuelve a llover, como en 1826 ó 1950 (o como en Santa Cruz en 2002), y esos cráteres de los barrancos y esos edificios bloqueando la salida, no provocan una tragedia social de proporciones catastróficas.
Si la desventura hiciera que eso llegara a ocurrir, o si la fortuna nos sonriera y la historia sólo conservara el recuerdo de nuestro protagonista en este boletín, además de en las innumerables huellas que quedarán en el territorio y en la memoria de muchas personas, de alguna manera deberá quedar constancia de que la autoría de estas hazañas no recae sólo en nuestro personaje. Tan culpables como él son aquéllos que alientan, favorecen y afianzan sin miramientos sus negocios. Éstos que hoy en día administran el presente y el futuro de este pueblo y de esta tierra: los ayuntamientos, el Cabildo y el Parlamento de Canarias.
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